Essay: A la mierda la policía
Traducido al castellano por Ángel Domínguez
Foto: Una manifestante frente al Palacio Nacional, Ciudad de México, marzo de 2021, Cuartoscuro
tw: violencia sexual, brutalidad policial
A la mierda la policía.
Dos días después de que unos antidisturbios egipcios me agredieran sexualmente y me fracturaran el brazo izquierdo y la mano derecha durante una manifestación próxima a la plaza Tahrir en noviembre de 2011, tuve que coger un vuelo para regresar a Nueva York, que es donde vivía en aquel entonces. Llevaba los dos brazos escayolados de la muñeca al hombro y no podía hacer casi nada, sobre todo en pleno viaje.
Ya de vuelta en Nueva York, esperaba una cirugía para realinearme el hueso del brazo izquierdo y fijarlo con una placa de titanio. Una noche salí a dar una vuelta, y un hombre latino me señaló los brazos y me preguntó qué me había pasado. Sabía que llamaba la atención y que la gente tendría curiosidad: ¿cuántas veces te cruzas con alguien con los dos brazos completamente escayolados? Le expliqué lo que me había hecho la policía de El Cairo.
En cuanto terminé, se giró y se levantó la camiseta para enseñarme un tatuaje con el mensaje «Fuck the police» (a la mierda la policía) que le ocupaba toda la espalda. Me contó que se lo hizo después de sufrir violencia a manos de la Policía de Nueva York. Me emocionó tanto nuestra experiencia compartida que le pregunté si podía hacerle una foto de la espalda.
Todas y cada una de las veces que una persona negra o racializada me preguntaba qué me había pasado, su reacción a mi relato se parecía a la de aquel hombre: me contaban su experiencia personal con la brutalidad policial, o bien la de algún familiar. Fue especialmente emotivo cuando la auxiliar que trabajaba con mi médico de cabecera me contó la paliza que la policía le propinó a su hermano; escuché su historia mientras me ayudaba a prepararme para un electro y otras pruebas que tenía que hacerme antes de la operación.
¿Quién nos protege de la policía?
Las manifestaciones proliferan por las capitales de EE. UU. tras los homicidios policiales de Daunte Wright y Adam Toledo, incluso mientras sigue su curso el juicio al policía blanco que mató el año pasado a George Floyd. Sobre todo, no cesan las exigencias para privar de financiación y cancelar a la policía, cosa de esperar como solución más inmediata al salvajismo de una pandilla de matones uniformados con armas y licencia para hacernos daño. Y mientras, esta pregunta retumba incesantemente en nuestra consciencia colectiva: ¿quién nos protege de la policía?
Mi feminismo me ha conducido hasta el anarquismo. En «Repensar la anarquía», el teórico social español Carlos Taibo nos recuerda que «es frecuente que los anarquistas se hayan definido antes sobre la base de aquello que rechazaban —el Estado, el capitalismo, la desigualdad, la sociedad patriarcal, la guerra, el militarismo, la represión en todos los órdenes, la autoridad». Parte fundamental es abolir lo que la organizadora feminista y abolicionista negra Mariame Kaba llama «complejo industrial carcelario» —policía, prisiones y ejército— en su papel de agentes y administradores de la violencia estatal. Kaba es de quien más he aprendido sobre la abolición de la policía. He aprendido que lo primero que te preguntarán si quieres «abolir la policía», sobre todo si eres mujer —y esto es algo muy revelador—, es «¿y qué pasa con los violadores?»
¿Quién nos protege de la policía?
Es revelador que se piense en la policía como en nuestros defensores ante violadores y depredadores sexuales, cuando ellos mismos son con demasiada frecuencia los propios violadores y depredadores sexuales.
La policía me ha agredido sexualmente estando de peregrinaje (cuando tenía 15 años), en el tribunal mientras cubría un juicio como periodista (a los treinta y pico años de edad), y en una manifestación cerca de la plaza Tahrir (a mis 44 años).
En 1995, la Policía de Boston ocultó al público sus propias pruebas de que uno de sus agentes agredió sexualmente a una niña de 12 años. Conservó la placa, trabajó en casos de agresiones sexuales a menores y llegó a ser presidente sindical. Presuntamente abusó de otras cinco menores en los años posteriores.
Un exinspector de Texas, sospechoso del asesinato de su esposa, su hija de 17 años y una amiga de 18, perpetrado el 19 de abril, fue arrestado al día siguiente. El verano anterior, cuando aún era policía, se le acusó de agredir sexualmente e intentar estrangular a su hija, que entonces tenía 16 años.
Un estudio llevado a cabo en 2015 en EE. UU. concluyó que, a lo largo de un periodo de 10 años, cada cinco días había un agente implicado en algún tipo de abuso sexual.
«Algunos agentes coaccionan a trabajadoras sexuales de las calles para que hagan actos sexuales con el fin de evitar el arresto. Confiar en las fuerzas del orden para responder ante la violencia sexual ignora la realidad de que muchos policías son los autores de dicha violencia», escribe Cassandra Mensah en este artículo en el que desmonta el consabido argumento de «¿y qué pasa con los violadores?» Cassandra es una abogada negra que representa a supervivientes de violencia doméstica en los tribunales de Nueva York; ella misma es superviviente de violencia sexual.
Hasta marzo de este mismo año, era legal que los agentes federales de EE. UU. violaran a alguien a quien estuvieran custodiando y adujeran que era una relación consentida. Nadie puede dar su consentimiento a una relación sexual con alguien armado y que te ha detenido. Los legisladores de la Cámara de Representantes aprobaron en marzo un proyecto de ley bipartidista que cerraba un agujero legal que ha hecho posible semejante barbaridad. El proyecto de ley se aplica únicamente a los agentes de la autoridad en el ámbito federal, no a la policía local o estatal. En el ámbito estatal en EE. UU., sigue siendo legal en 34 estados que un policía viole a alguien a quien hayan detenido y afirme que era sexo consentido.
En Reino Unido, un reportaje de The Guardian calificó de «repertorio extraordinario de acusaciones de abuso sexual por parte de agentes de la policía de Londres» a un compendio de 594 denuncias presentadas contra el servicio policial de la zona metropolitana de Londres entre 2012 y 2018, de las cuales 119 prosperaron. Entre ellas había una víctima de violación que denunció que el agente al cargo de la investigación «se aprovechó de su situación de vulnerabilidad y tuvo relaciones sexuales con ella en dos ocasiones». El agente en cuestión fue despedido a consecuencia de esto.
En otro caso, un agente del mismo cuerpo policial fue expulsado tras hacerse pasar por una mujer en Internet «con el fin de dar salida a sus inclinaciones sexuales y por grabar a una mujer que aparentemente mantenía relaciones sexuales forzadas con un hombre en un parque público».
Manifestación celebrada en marzo frente a la comisaría de Cardiff por las nuevas leyes contra las manifestaciones. Foto: Matthew Horwood/Getty Images, publicada en The Guardian
Es revelador que se piense en la policía como nuestros protectores ante violadores y agresores, cuando en realidad hacen poquísimo para protegernos de ellos.
«Las mujeres negras y racializadas que sufren violencia de género casi nunca lo denuncian ante la policía por culpa de la misoginia y el racismo sistémicos que hacen que no se crea a las supervivientes ni se les preste apoyo», escriben las organizadoras de 8 to Abolition Leila Raven, Mon Mohpatrra y Rachel Kuo en esta explicación de la campaña de ocho puntos del grupo para que la sociedad progrese hacia la eliminación de la policía y las cárceles.
En EE. UU., más de tres cuartas partes de las agresiones sexuales no se denuncian a la policía. El segundo motivo más habitual de una superviviente para no denunciar es la creencia de que la policía no hará nada para ayudarla. Un estudio financiado por el National Institute of Justice determinó que solo el 18 por ciento de los casos denunciados de agresiones sexuales se traducen en un arresto.
De cada 1000 agresiones sexuales, solo 230 se denuncian a la policía, nueve casos llegan a los fiscales y cinco acaban con una condena de cárcel, según RAINN, la mayor organización de lucha contra la violencia sexual en EE. UU.
«No me cuida la policía, me cuidan mis amigas»
Es revelador que se piense en la policía como nuestros protectores ante violadores y agresores, cuando esa protección depende de quién seas.
En el norte de India, los investigadores han descubierto que las mujeres de la casta inferior Dalit son objetivo preferente para la violación por parte de hombres de castas superiores, que suelen eludir a la justicia, ya que las supervivientes sucumben a las presiones que reciben para retirar las acusaciones. La policía con frecuencia no archivaba informes ni investigaba los delitos tras la denuncia inicial, y a veces se comportaba de forma abusiva con las supervivientes o las presionaban para que retiraran las denuncias, según las investigaciones de Equality Now y la Swabhiman Society, dos grupos pro derechos de las mujeres.
La policía de los países supremacistas blancos resta importancia a la violencia cometida por los hombres blancos.
Esto ocurre sobre todo cuando la padecen mujeres de colectivos marginados, como indígenas o trabajadoras sexuales. Robert Pickton, uno de los asesinos en serie más famosos de la historia, escogía principalmente a trabajadoras sexuales y mujeres indígenas como víctimas, algunas de las cuales lidiaban con adicciones o problemas de salud mental, en el Downtown Eastside de Vancouver, Canadá. Confesó que había descuartizado a 49 mujeres y que dio de comer sus restos a los cerdos.
Cuando las madres, padres u otros parientes acudían a la Policía de Vancouver a denunciar la desaparición de sus seres queridos, los ignoraban. Se criticó a la policía por no tomarse las denuncias en serio porque muchas de las desaparecidas eran trabajadoras sexuales o drogadictas.
La policía no nos protege de la violencia: comete actos de violencia. Quiero vivir sin violencia
Es revelador que se piense en la policía como nuestros protectores, cuando son quienes nos matan.
El mes de marzo empezó y terminó con los homicidios policiales de dos mujeres (que sepamos), en Inglaterra y en México.
Sarah Everard fue secuestrada y asesinada por un policía en Londres mientras volvía caminando a su casa a primeros de mes. Y Victoria Esperanza Salazar murió al sufrir la rotura del cuello por el peso de una agente de policía que se arrodilló encima de ella tras arrestarla en la localidad turística de Tulum a final de mes.
Sarah Everard, de 33 años, era una ejecutiva publicitaria blanca. Victoria Esperanza Salazar, de 36 años, era una refugiada de El Salvador que trabajaba como limpiadora en hoteles.
Hay una jerarquía en la protección: cuanto menos tengamos en común con un hombre blanco, rico, cisgénero, heterosexual y con un cuerpo funcional, menos posibilidades tenemos de que nos protejan. Y hay una jerarquía en la importancia. El nombre de Sarah apareció en titulares de muchos lugares del mundo, cosa que no ocurrió con el de Victoria. La cobertura mediática de la primera comparada con la poca o inexistente cobertura que se da a mujeres negras y racializadas víctimas de violencia sirvió para recordar que nos enseñan qué tipo de personas importan y merecen la protección de la policía.
Y cuando la policía contuvo y arrestó de forma violenta a unas mujeres que organizaron en Londres una vigilia por Sarah, mucha gente se sorprendió de veras porque tanto la mujer asesinada como muchas de las que vieron esposadas eran blancas, y se supone que la policía no hace ese tipo de cosas con las mujeres blancas. Al menos en público.
Aquellas imágenes de la policía agrediendo a las mujeres que acudieron a una vigilia por una mujer que había sido asesinada por un agente de policía se dieron en un país en el que un proyecto de ley conocido como Police, Crime, Sentencing and Courts Bill busca otorgar más poder a la policía. Poco después de la vigilia por Sarah, la policía volvió a emplear la violencia contra los manifestantes de la iniciativa «Kill the Bill» en varias ciudades que se oponen a esa ampliación de poderes. En Manchester, la policía dejó a una mujer semidesnuda, lo que me hizo recordar al instante la paliza que unos soldados propinaron a una manifestante en la plaza Tahrir en El Cairo en diciembre de 2011.
Fotos: Manchester, REUTERS/Phil Noble, El Cairo REUTERS/Stringer
¿Recordáis cuando aquellas mujeres blancas que llevaban gorros rosa posaron alegremente con la policía durante la «Marcha de las Mujeres» de 2017 en EE. UU.?
Cuando la policía asegura que su labor es «proteger y servir», preguntaos siempre qué protegen y a quién sirven. Y algo igual de importante: a quién no protegen ni sirven. Las mujeres blancas esperan obtener protección por parte de la policía. Esperan que la policía esté a su servicio. La policía protege la propiedad privada y sirve al Estado y, por extensión, al poder.
Y recordad que, solo porque los y las agentes de policía tengan nuestro mismo aspecto, no estamos a salvo de los sistemas racistas y misóginos que sostienen los cuerpos policiales: fue una agente de policía la que asesinó a Victoria en México de forma casi idéntica a como un policía blanco asesinó a George Floyd en EE. UU.
Sarah y Victoria fueron asesinadas por policías exactamente un año después de que otros policías asesinaran a Breonna Taylor en su casa de Louisville, en EE. UU. Así que vuelvo a lanzar la pregunta: ¿a qué personas no protege la policía, y quién nos protege de la policía?
«No me cuida la policía, me cuidan mis amigas», coreaban las feministas mexicanas de camino al Palacio Nacional en Ciudad de México para protestar por el asesinato de Victoria.
De quien más he aprendido sobre las iniciativas para abolir la policía —además de las cárceles y el ejército— es de Mariame Kaba, que también menciona a las personas de las que más ha aprendido a su vez, entre ellas Ruth Wilson Gilmore y Angela Davis, por ejemplo. Su nuevo libro es un manual de vida para aprender la disciplina de la esperanza, concepto por el que se la conoce.
Puedes practicar esa disciplina preguntándote lo siguiente cuando vuelvas a ver a la policía agrediendo a manifestantes que protestan por la brutalidad policial —en EE. UU., Reino Unido o donde sea:
- ¿A quién suele arrestar la policía?
- ¿A quién esperas que proteja la policía?
- ¿Por qué crees que la policía te va a proteger?
La policía no nos protege de la violencia: comete actos de violencia. Pregúntaselo a personas que no sean ni cis, ni blancas, ni ricas, y en general, que no sean hombres. Yo no quiero que me protejan. Quiero vivir sin violencia.
A la mierda la policía.
Traducido al castellano por Ángel Domínguez
The original essay appeared in English here.